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Las mujeres y la casa norteamericana de la segunda posguerra
Beatriz Guerrero González
Introducción
Cuando se habla de la casa es, consustancialmente, hablar de las mujeres. Aunque han pasado muchas décadas desde que las mujeres norteamericanas fueron "confinadas" a sus hogares después de la Segunda Guerra Mundial, convenciéndolas de que su deber patriótico era regresar a establecer un cierto orden que se había alterado en tiempos de guerra (los hombres en el trabajo y las mujeres al cuidado de la casa y los hijos), todavía hoy, en la segunda década del siglo XXI, esta idea sigue arraigada en muchas sociedades tanto occidentales como no occidentales. Según Atxu Amann, la casa –en un sentido antropológico– tiene significados diferentes: para el hombre es un símbolo de poder y de estatus, mientras que, cuando se relaciona con la mujer, se está "hablando del hogar, del espacio interior y sus necesidades físicas y psicológicas." (1)
Este ensayo habla sobre la situación de muchas mujeres norteamericanas suburbanas durante la segunda posguerra y los años posteriores, frente a unas circunstancias nunca antes experimentadas. Cambios políticos, económicos, sociales y culturales, entre otros muchos, contribuyeron a definir una nueva configuración y organización espacial de la casa, siendo principalmente las mujeres las que experimentaron (y muchas veces padecieron) esos cambios.
La casa para la sociedad norteamericana, blanca de clase media, fue el ideal a alcanzar. Dicha sociedad buscó su identidad al afirmarse a través de sus viviendas y los objetos que contenía (entre éstos, los electrodomésticos que, además de convertirse en objetos que daban un estatus, prometían hacer del trabajo doméstico y la vida de las amas de casa más fácil y feliz).
Mujeres durante la guerra
Como consecuencia de la falta de mano de obra para las industrias de guerra debido al alistamiento de los hombres para servir como soldados, más de tres millones de mujeres americanas abandonaron sus hogares para salir a trabajar, pasando de ser 12 a 16 millones de mujeres empleadas hacia 1942. Las mujeres poco a poco fueron desempeñando trabajos que tradicionalmente estaban reservados para los hombres: trabajaron en talleres, siderúrgicas, fábricas de aviones y astilleros, y además una gran cantidad de mujeres también se alistaron en los cuerpos femeninos de las fuerzas armadas donde prestaron servicios auxiliares. En 1942 la War Labor Board reconoció el principio de “a igual trabajo, igual salario” que permitiría la igualdad de paga para hombres y mujeres, sin embargo esta iniciativa quedó a cargo de los empresarios que, ignorando la normativa, crearon nuevos puestos de trabajo clasificándolos como “trabajo para mujeres,” pagándoles incluso menos que antes. (2)
Aunque la construcción en general durante la Segunda Guerra Mundial estaba restringida, el gobierno construyó dos millones de viviendas para los llamados “trabajadores de la defensa” y sus familias. También se asignó dinero para otros servicios relacionados con el hogar para varios millones de Rosie-the-Riveters (3) que trabajaban en las fábricas de aviones y municiones. Se crearon centros federales de asistencia para el cuidado de los hijos de las mujeres trabajadoras pero, según dejó claro el gobierno, el cuidado de los niños era una responsabilidad pública exclusivamente en relación con las necesidades de la guerra. (4)
A partir de 1945 millones de hombres y mujeres fueron despedidos de las fuerzas armadas, pero sobre todo a muchas de las 20 millones de mujeres que habían sido empleadas durante la guerra las destituyeron o las bajaron de categoría para garantizar los puestos de trabajo de los miembros de las fuerzas armadas de Estados Unidos. (5) Incluso, aunque la proporción de mujeres trabajadoras hubiera descendido, “este porcentaje seguía siendo superior al 25,5 por 100 de la etapa prebélica” lo que pone de manifiesto que las mujeres que habían trabajado no podían olvidar tan fácilmente “la emancipación temporal de que disfrutaron.” (6) Las mujeres gozaron de un breve periodo de independencia e incremento en su sociabilidad que sus abuelas en el siglo XIX no podían siquiera imaginar. La “independencia constituye la base para una cierta autonomía en el juego, aun cuando el trabajo siga siendo, como ocurre en casi todas las mujeres empleadas, rutinario.” (7)
Situación de las mujeres norteamericanas después de la guerra
A estas mujeres que habían trabajado en las industrias de la guerra se les dijo que su deber patriótico era llevar su fuerza de trabajo al hogar para ser amas de casa, madres y especialmente consumidoras, para que la economía se pusiera en marcha nuevamente. (8) Para incentivarlas se les prometió que no volverían al trabajo pesado de las tareas domésticas en las casas pobremente diseñadas y equipadas de la preguerra, pues ahora se les ofrecía viviendas construidas con los adelantos tecnológicos y materiales que anteriormente se habían utilizado para la guerra, pero que gracias a la investigación financiada por el gobierno se ponían al servicio doméstico. Como dice Gwendolyn Wright:
“Los estímulos para la investigación en nuevas tecnologías para la construcción tuvieron un gran respaldo. La prefabricación parecía un camino prometedor para la construcción de bajo coste y mayor número de unidades. Con el financiamiento del gobierno los materiales que habían sido usados durante la guerra resultaron exitosos: paneles aislantes de madera contrachapada para las paredes, techos de madera laminada, entramados de acero soldado para techos, paneles de pared con marcos de acero con revestimientos de madera, tablas de yeso “predecoradas” para los techos, todo producido en fábricas. Las compañías que habían desarrollado los nuevos materiales demandaron del gobierno un apoyo continuo.” (9)
Esta preocupación por la eficiencia y la tecnología hacía parecer el trabajo doméstico como si fuera más científico y profesional, e incluso a las amas de casa se les llamaba, recogiendo la tradición del siglo XIX, “ingenieras domésticas” o “economistas del hogar,” haciéndolas creer que la moderna tecnología funcionaba bajo su mando. Buscando el “regreso a la normalidad” renacieron antiguos valores como el culto a la domesticidad, la separación de las esferas y el mito agrario. Los hombres volvieron a establecer su primacía como jefes de familia, “un papel que había salido de su control durante las pasadas décadas” (10) y de este modo, el lugar que generalmente ocupó la mujer de la postguerra fue casi exclusivamente el hogar. Como señalaba Elaine Tyler May en 1954, “bajo la presión cultural y con escasas opciones para trabajar fuera del hogar, la mujer, contenida y limitada, se puso su arnés doméstico.” (11) Durante este periodo, por tanto, la mayoría de las mujeres renunciaron a sus trabajos a favor de los cerca de siete millones de veteranos de guerra que regresaban a la vida civil.
Durante la siguiente década posterior al final de la Segunda Guerra Mundial, lo que se esperaba de las mujeres de clase media era que se dedicaran a la crianza de los hijos y a la gestión del hogar, mientras sus maridos trabajaban fuera. De esta manera, las mujeres se convirtieron en el centro de la vida hogareña, en esposas modernas, es decir, esposas consumidoras.
El medio para conseguir que las mujeres volvieran al hogar fue la literatura y propaganda contemporáneas, que intentaban dejar claro que una de las principales preocupaciones de los promotores, constructores, fabricantes de productos para el hogar, arquitectos y diseñadores de viviendas, era hacer que la casa fuera un lugar en donde la mujer pudiera realizar sus labores domésticas de un modo más fácil, cómodo y eficaz. Por ejemplo, en uno de los muchos libros sobre el diseño de casas publicados inmediatamente después de la guerra –Building or Buying a Home– se hace referencia a las múltiples actividades que se suponía que tenía que realizar el ama de casa durante el día:
“El ama de casa en la familia media pasa la mayor parte de un día normal dedicada a las tareas del hogar. Estas incluyen cocinar y servir comidas, lavar los platos, hacer las camas, lavar la ropa, hacer conservas, bañar y cuidar a los niños y contestar el teléfono o el timbre de la puerta, por mencionar solo unos pocos. A causa de la complejidad del trabajo de ama de casa, los primeros requisitos de un hogar bien planificado son disponer de áreas de trabajo alegres y ordenadas, para conseguir en la medida de lo posible librarse del trabajo pesado.” (12)
Acompañando este texto se mostraba una ilustración de una figura femenina (a la que llama Mrs. Average Housewife) encerrada en un círculo, en el centro de una serie de dibujos donde la señora se representa realizando todas aquellas actividades enlistadas en el texto. En la página siguiente, otro diagrama (bajo el título “una localización central de la cocina ahorra pasos al ama de casa”) mostraba las soluciones arquitectónicas propuestas para hacer más eficiente este trabajo doméstico: en una perspectiva isométrica se dibuja una parte de la casa, con una figura femenina en la cocina “mirando” a través de la ventana (controlando las actividades de los niños en un patio trasero) y una serie de líneas que parten de la figura marcando los recorridos directos y cortos hacia los espacios domésticos que contienen las actividades antes descritas. A la vista de este último diagrama, parecería que la planta abierta y una buena organización espacial podría ser una solución para este ahorro de circulaciones.
Junto a las modificaciones en la organización espacial y la planta abierta, estaban también las promesas liberadoras del trabajo doméstico por parte de los fabricantes y los comerciantes, quienes, a través de los medios de comunicación, decían que con sus nuevos electrodomésticos la vida sería más sencilla. De esta manera, las campañas publicitarias se dirigieron especialmente a las amas de casa puesto que ellas eran, desde décadas anteriores, las encargadas del presupuesto familiar.
Selling Mrs. Consumer
“Lo más importante es entender que es en las manos de la mujer norteamericana, Mrs. Consumer, en donde se concentra el gran poder adquisitivo. No estoy presumiendo de la vanidad de Mrs. Consumer, ya que en gran parte ella no es consciente de su abstracto papel como consumidora.” (13)
Las mujeres de la posguerra, que se fueron a vivir a los suburbios alejados de las ciudades, estaban desarraigadas, lejos del resto de la familia, y viviendo en un entorno extraño. De esta manera, el ama de casa suburbana “fue presa fácil de las agencias de comunicación” (14) que les informaban sobre cómo debía ser la vida de la clase media, a la cual pertenecían, y con qué productos podían satisfacer esas vidas. David Riesman, en un libro de esa época, hace referencia a la presión que el consumo produce en las personas y en particular sobre las mujeres: la presión por parte de la sociedad hacia las mujeres es evidente, puesto que “las mujeres son los líderes aceptados del consumo en nuestra sociedad.” (15)
Obviamente, los productos más consumidos eran los artículos para el hogar, y en especial los nuevos electrodomésticos: estufas, refrigeradores, lavadoras, secadoras, tostadoras, cafeteras, batidoras, etc. El incremento en el número y tamaño de estos electrodomésticos implicaba cada vez más espacio para instalarlos y para guardarlos. Al mismo tiempo, los fabricantes sacaban cada vez más modelos novedosos, en colores y aplicaciones variadas, haciendo sentir a la mujer que necesitaba obtener ese último modelo. Esta profusión de electrodomésticos, junto con un cambio social en el modo de vida norteamericano, modificaron el concepto de la cocina en las viviendas de clase media, que si en los años treinta había sido confinada a un pequeño espacio cerrado, adaptado a medidas mínimas, ahora en la posguerra sus dimensiones se iban incrementando e incluso se abrió al resto del área del living, convirtiéndose en un espacio para ser visto que, al mismo tiempo, no aislaba al ama de casa lejos del resto de las actividades y ocupantes de la vivienda. (16)
Para la feminista Betty Friedan, el papel de las mujeres, además de desempeñarse como amas de casa, era el de comprar más cosas para la vivienda. “En todo el discurso de la feminidad y del rol femenino, nos olvidamos que el asunto que de verdad interesa en América es el negocio.” (17) En un material de investigación del Institute for Motivational Research (Instituto para la Investigación Motivacional) recogido por Friedan, ésta descubrió lo útil que resultaba por medio de la persuasión publicitaria “mantener a las mujeres estadounidenses en su rol de amas de casa”, hasta el punto que “si se les manipulaba adecuadamente, a las amas de casa estadounidenses se les puede dar un sentido de la identidad, de propósito, de creatividad, una autorrealización, incluso la alegría sexual de la que carecen, a través de la compra de cosas.” (18)
La mística femenina en la casa ideal
Debemos a la citada Betty Friedan una de las críticas más agudas acerca del modo cómo se manipuló lo que ella llama “la mística de la feminidad”, que dio título a un libro fundamental para el feminismo de la época (The Feminine Mystique, 1963) donde analiza diversos aspectos de la condición de la mujer y el ama de casa durante los quince años posteriores a la postguerra. El libro se inicia con la detección de un “malestar que no tiene nombre” que aquejaba a muchas mujeres estadounidenses de los años cincuenta y principio de los sesenta, y dedica el resto del libro a intentar definirlo. Esta mujer,
“ama de casa de los barrios residenciales: imagen soñada de la mujer joven estadounidense y envidia, según se decía, de todas las mujeres del mundo (…) liberada por la ciencia y los electrodomésticos que hacían el trabajo por ella (…) y solo tenía que preocuparse por su marido, su casa y su hogar. Había encontrado la auténtica realización femenina (…) Gozaba de libertad para elegir el automóvil, la ropa, los electrodomésticos y los supermercados; tenía todo aquello con lo que cualquier mujer siempre soñó.” (19)
¿Cuál era entonces ese malestar, que según Friedan, salió a la luz a principios de los sesenta, poniendo en crisis la imagen idealizada del ama de casa feliz y con todo lo que podía desear? Friedan recoge en su libro una encuesta realizada en 1945 a 4.500 amas de casa –de clase media, con estudios de instituto o de college– centrada en la psicología del cuidado del hogar y la actitud de la mujer frente a los electrodomésticos (que se relacionaba con su actitud hacia las tareas domésticas en general). En ésta se clasificó a las mujeres estadounidenses en tres categorías: la “Auténtica Ama de Casa,” la “Mujer de Carrera o Aspirante a mujer de Carrera” y la “Creadora de Hogar Equilibrada.” Esta tercera categoría es lo que el mercado denominaba “la mujer ideal;” estas mujeres tenían intereses fuera de casa, habían trabajado antes de casarse y aceptaban que los aparatos electrodomésticos podrían facilitarles la vida a la hora de “gestionar una casa bien llevada.” De esta manera, los fabricantes de electrodomésticos, a través de la publicidad, tratarían de que cada vez más mujeres quisieran pertenecer a esta última categoría: “El arte de ser buena ama de casa –decía el informe– debería ser el objetivo de cualquier mujer normal.” (20) La pertenencia a esta categoría significaría aspirar a ser un ama de casa moderna, en una casa moderna.
Sin embargo, el “malestar que no tiene nombre” –y que muchas mujeres no se atrevían a verbalizar (porque pensaban que las demás mujeres sí estaban satisfechas con su vida)– llevaba a la pregunta de “¿qué tipo de mujer era ella si no era capaz de sentir aquella misteriosa plenitud encerando el suelo de su cocina?” (21) Se sentían culpables de tenerlo todo y no sentirse satisfechas, buscando en los objetos materiales una realización que éstos no podían dar, y así –dice Friedan– “son presa fácil para cualquier producto que supuestamente les prometa alcanzar ese estatus –un estatus que no se puede alcanzar a través del esfuerzo ni del logro personal.” (22)
Esta realidad nos lleva a preguntarnos si toda esta tecnología permitía que, a través de los electrodomésticos, la vida de las mujeres fuera más fácil y placentera o si, realmente, lo que hacía era incrementar el número de horas del trabajo doméstico, puesto que, ya que se tenían todos estos avances, había que utilizarlos. En el fondo, los electrodomésticos pretendían suplir a los sirvientes. Sin embargo, la utilización de los mismos implicaba aprender a utilizarlos, mantenerlos, limpiarlos, y todo ello estando la mujer sola a cargo de las tareas domésticas.
Publicaciones y televisión para mujeres
El consumo se centró en objetos y equipamientos para el hogar sobre todo gracias a las llamadas shelter magazines. (23) Este consumo alcanzó su punto álgido en la década de 1950 y tuvo una gran influencia en la formación del gusto de los consumidores por el diseño interior, puesto que ahora ya tienen información para poder elegir. En el manual de decoración The Complete Book of Interior Decorating (1956), citado por Anne Massey, los periodistas del hogar Mary Derieux e Isabelle Stevenson aconsejaban a la lectora: “Empieza un cuaderno de notas dotado de índice donde irás coleccionando artículos de revistas, anuncios de nuevos tipos de accesorios y mobiliario, fotos de habitaciones y esquemas de color que te atraigan.” Se le aconsejaba además no tener miedo a “expresar tu propio gusto al hacer tus elecciones. Es tu casa.” (24)
La imagen de la mujer que las revistas creaban en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial fue poco a poco transformándose desde la mujer trabajadora de los años treinta a la feliz ama de casa de finales de los cincuenta. Este análisis lo realizó Betty Friedan con la lectura atenta de algunos de los artículos de aquellas revistas, cuyos títulos eran tales como “La feminidad empieza en casa”, “Tal vez sea un mundo de hombres”, “Ten criaturas mientras eres joven”, “Cómo cazar a un hombre”, “¿Debo dejar de trabajar cuando me case?”, “¿Estas preparando a tu hija para que sea buena esposa?”, “Carreras en el hogar”, “¿Tienen que hablar tanto las mujeres?”, “La política, un mundo verdaderamente de hombres”, “Nuestro bebé nació en casa”, “Para mí la cocina es poesía” o “La empresa de administrar un hogar.” (25) Simplemente con los títulos se sobreentiende la tendencia de tales artículos, lo que pretendían y a quién iban dirigidos.
Como sigue diciendo Friedan: “A finales de 1949, solo una de cada tres heroínas de las revistas femeninas era una mujer de carrera –y se solía presentar en el momento en que renunciaba a su carrera y descubría que lo que de verdad anhelaba era ser ama de casa.” Después de revisar los números de 1958 y 1959 de tres de las principales revistas femeninas (McCall’s, Good Housekeeping, Ladies’ Home Journal) no encontró una sola protagonista que se dedicara a otra cosa que no fuera: “Ocupación: sus labores.”
La casa moderna, con su planta abierta pretendía fomentar la tan aclamada “unidad” (a la que se referían en la época líderes políticos y religiosos como unidad familiar, social, religiosa, política), en donde no había cabida para un espacio propio e independiente para la mujer. Se podría hacer un paralelismo con la personalidad de la mujer suburbana de la década de 1950 que, de acuerdo con Friedan, carecía de “un yo independiente que ocultar”, puesto que ella existía sólo y a través de su marido y de sus hijos.
Además de las revistas femeninas, la televisión también tuvo una gran influencia en la vida de las familias en general y particularmente en las mujeres suburbanas. La televisión con sus promesas de llevar el exterior –muchas veces lejano y exótico– al espacio interior privado y poder “viajar” (aunque solo fuera una ilusión) sin salir de la casa, para muchas mujeres se convirtió en un motivo más por el cual estar confinada en su hogar. Aunque a menudo la televisión se promovía como el gran instrumento de la unión familiar, muchas veces lo que en realidad provocaba era el aislamiento y el confinamiento de la mujer dentro de su propia casa. Los anunciantes no perdían la oportunidad de “resolver” este problema con nuevos productos. Un anuncio de Hotpoint de un lavavajillas eléctrico decía: ¡“Por favor… deje que su esposa entre al living room! En el anuncio se ven dos imágenes, una de una mujer lavando una torre de platos, mientras en la otra están el marido y los hijos disfrutando de un programa de televisión; obviamente, para los comerciantes la solución a todos los problemas familiares era consumir. Aún en las imágenes de las revistas en donde los espacios estaban abiertos, las actitudes en las que se representaba a la mujer eran la de servir o simplemente estar confinada en un extremo de la imagen.
La preocupación de las mujeres por la imagen de su casa incluyó la incorporación de un “mueble tecnológico” que nunca había estado antes en los hogares norteamericanos. Según Lynn Spigel, en su estudio sobre la televisión, la publicidad y el espacio doméstico la define de esta manera, “la televisión no era más que un punto focal de la habitación; más bien era una fealdad tecnológica, algo que amenazaba con desestabilizar la unidad de la decoración interior.” (26) Por ello, revistas de decoración dirigidas a mujeres daban consejos de cómo poder “camuflarla”, así como algunos fabricantes le daban el estatus de mobiliario colocándola en un mueble y añadiéndole puertas en madera de gran calidad. De acuerdo con Spigel, es interesante ver estos intentos de hacer invisible al televisor a pesar de que éste representaba, según “la memoria crítica y popular,” un bien de consumo que daba un estatus de clase para los norteamericanos de clase media de la posguerra. A la vista de esto parecería que “el placer visual estaba en desacuerdo con la exposición de la riqueza del hogar.” (27)
Conclusiones
Las parejas jóvenes que se mudaron a los suburbios esperaban encontrar la casa soñada y tener una vida de ensueño. Los anunciantes y fabricantes, a través de los medios de comunicación, trataban de mostrar los modelos de vivienda y productos que podrían hacer realidad aquel sueño. Los artículos de las revistas femeninas pretendían ayudar a las mujeres a adaptarse a su nueva situación suburbana, tratando de convertirla en una vida perfecta. Sin embargo, una casa de ensueño es solo eso: una irrealidad, y las vidas perfectas no existen. Fue un momento histórico en que la gran clase media estadounidense logró un alto nivel de vida, comparado con décadas anteriores sobre todo durante los años de la gran depresión. Aparentemente, las mujeres en esta época tenían todo lo que podrían desear, y sin embargo, tan pronto como a principios de los años sesenta, comenzaron a vislumbrarse los síntomas del “malestar que no tiene nombre.” Un malestar que no tiene tanto que ver con la propia configuración de la vivienda (puesto que, como hemos visto, hay una serie de mecanismos y logros espaciales que trataban de hacer la vida de las mujeres en sus casas más fácil), puesto que estas viviendas modernas no podían, por más que lo intentaran, satisfacer unas necesidades de las mujeres como sujetos pensantes, activos, con sentimientos, con aspiraciones, en donde la arquitectura ayuda pero no es determinante a la hora de resolverlas.
Una buena y gráfica conclusión de lo que sucedió en los suburbios reales y no soñados la da el título del conocido y difundido libro del sociólogo John Keats, The Crack in the Picture Window, (28) en donde, en forma de relato, cuenta la vida suburbana "sin maquillaje," donde uno de los elementos arquitectónicos fundamentales de la nueva vivienda, el gran ventanal que permitía relacionar el interior y el exterior, fue incapaz de resolver la gran separación existente entre la vida doméstica y el mundo exterior de la ciudad, las relaciones y el trabajo.
Notas
1 Amann Alcocer, Antxu, El espacio doméstico: la mujer y la casa, Buenos Aires: Nobuko, 2011.
2 Ver Adams, Willi Paul, “De la guerra mundial a la sociedad de la abundancia, 1941-1961” en Los Estados Unidos de América (1977), Madrid / México: Siglo XXI, 1987, p. 337.
3 La imagen es la de Rosa Bonavita que clavó un récord de 3,345 remaches en un bombardero en 1943. Se convirtió en icono cultural de los Estados Unidos representando a las mujeres que trabajaban en las industrias manufactureras que producían municiones y material para la guerra. Esta imagen es considerada un icono de las feministas en USA.
4 Ver Wright, Gwendolyn, Building the Dream. A social History of Housing in America, Cambridge (Mass) / Londres: The MIT Press, 1983.
5 Las cifras de estos despidos están recogidas en Idem, p. 242.
6 Adams, Willi Paul, “De la guerra mundial a la sociedad de la abundancia, 1941-1961” en Los Estados Unidos de América cit, p. 337.
7 Riesman, David, y otros, La muchedumbre solitaria, Barcelona: Paidos, 1981, p. 334.
8 Ver Baxandall, Rosalyn; Ewen, Elizabeth, Picture Windows. How the Suburbs Happened, Nueva York: Basic Books, 2000.
9 Wright, Gwendolyn, Building the Dream. A social History of Housing in America cit, p. 244.
0 Havenhand, Lucinda Kaukas, “Looking through the Lens of Gender: A Postmodern Critique of a Modern Housing Paradigm”, Journal of Interior Design, vol. 28, nº 2, septiembre, 2002, p. 8.
11 Cit. en Meyerowitz, Joanne, Not June Cleaver: Women and Gender in Postwar America 1945-1960, Philadelphia: Temple University Press, 1994, p. 3.
12 Johnstone, Kenneth B. y otros, Building or Buying a Home. A Guide to Wise Investment, Nueva York / Londres: McGraw Hill, 1945, p. 42.
3 Frederick McGaffey, Christine, Selling Mrs. Consumer, Nueva York: The Bussines Bourse,1929, p. 3.
4 Baxandall, Rosalyn; Ewen, Elizabeth, Picture Windows. How the Suburbs Happened cit: “Los representantes de la industria del consumo, las nuevas formas de los medios de comunicación de masas y un grupo de profesionales expertos que escribían en la prensa popular (...) hicieron todo lo que pudieron por educar a las familias acerca de la importancia de la correcta domesticidad femenina. Todos ellos tenían un interés en el ama de casa que era quien mantendría la prosperidad de la economía.” p. 150.
5 Riesman, David y otros, La muchedumbre solitaria cit.
6 Ver Massey, Anne, El diseño de interiores en el siglo XX, Barcelona: Destino, 1995, pp. 165-166.
7 Friedan, Betty, La mística de la feminidad, Madrid: Cátedra, 2009, p. 62. Ver también Leslie, Deborah; Reimer, Suzanne, “Gender, modern design, and home consumption”, Society and Space, vol. 21, 2003, pp. 293-316.
8 “La subversión de las vidas de las mujeres en Estados Unidos en provecho de los negocios no es más sorprendente que la subversión de las ciencias del comportamiento humano en provecho del negocio de engañar a las mujeres acerca de sus verdaderas necesidades.” Friedan, Betty, La mística de la feminidad cit, pp. 263-264.
19 Idem, p. 54.
20 Idem, pp. 264-266.
21 Idem, p. 55.
22 Idem, p. 329.
23 Las shelter magazines son revistas con una línea editorial enfocada en el diseño interior, la arquitectura, el amueblamiento del hogar, estilos de vida y, a veces, la jardinería. Algunas de estas revistas eran Better Homes and Gardens, Ladies’ Home Journal, McCall’s, House Beautiful, Good Housekeeping o Woman’s Home Companion.
24 Massey, Anne, El diseño de interiores en el siglo XX cit, p. 163.
25 Friedan, Betty, La mística de la feminidad cit, pp. 81-82.
26 Spigel, Lynn, “Installing the Television Set: Popular Discourses on Television and Domestic Space, 1948-1955”, en Spigel, Lynn; Mann, Denise, Private Screenings: Television and The Female Consumer, Minneapolis (MN): University of Minnesota Press, 1992, p. 332.
27 Ibidem.
28 Keats, John, The Crack in the Picture Window, Boston: Houghton, 1956.
Introducción
Cuando se habla de la casa es, consustancialmente, hablar de las mujeres. Aunque han pasado muchas décadas desde que las mujeres norteamericanas fueron "confinadas" a sus hogares después de la Segunda Guerra Mundial, convenciéndolas de que su deber patriótico era regresar a establecer un cierto orden que se había alterado en tiempos de guerra (los hombres en el trabajo y las mujeres al cuidado de la casa y los hijos), todavía hoy, en la segunda década del siglo XXI, esta idea sigue arraigada en muchas sociedades tanto occidentales como no occidentales. Según Atxu Amann, la casa –en un sentido antropológico– tiene significados diferentes: para el hombre es un símbolo de poder y de estatus, mientras que, cuando se relaciona con la mujer, se está "hablando del hogar, del espacio interior y sus necesidades físicas y psicológicas." (1)
Este ensayo habla sobre la situación de muchas mujeres norteamericanas suburbanas durante la segunda posguerra y los años posteriores, frente a unas circunstancias nunca antes experimentadas. Cambios políticos, económicos, sociales y culturales, entre otros muchos, contribuyeron a definir una nueva configuración y organización espacial de la casa, siendo principalmente las mujeres las que experimentaron (y muchas veces padecieron) esos cambios.
La casa para la sociedad norteamericana, blanca de clase media, fue el ideal a alcanzar. Dicha sociedad buscó su identidad al afirmarse a través de sus viviendas y los objetos que contenía (entre éstos, los electrodomésticos que, además de convertirse en objetos que daban un estatus, prometían hacer del trabajo doméstico y la vida de las amas de casa más fácil y feliz).
Mujeres durante la guerra
Como consecuencia de la falta de mano de obra para las industrias de guerra debido al alistamiento de los hombres para servir como soldados, más de tres millones de mujeres americanas abandonaron sus hogares para salir a trabajar, pasando de ser 12 a 16 millones de mujeres empleadas hacia 1942. Las mujeres poco a poco fueron desempeñando trabajos que tradicionalmente estaban reservados para los hombres: trabajaron en talleres, siderúrgicas, fábricas de aviones y astilleros, y además una gran cantidad de mujeres también se alistaron en los cuerpos femeninos de las fuerzas armadas donde prestaron servicios auxiliares. En 1942 la War Labor Board reconoció el principio de “a igual trabajo, igual salario” que permitiría la igualdad de paga para hombres y mujeres, sin embargo esta iniciativa quedó a cargo de los empresarios que, ignorando la normativa, crearon nuevos puestos de trabajo clasificándolos como “trabajo para mujeres,” pagándoles incluso menos que antes. (2)
Aunque la construcción en general durante la Segunda Guerra Mundial estaba restringida, el gobierno construyó dos millones de viviendas para los llamados “trabajadores de la defensa” y sus familias. También se asignó dinero para otros servicios relacionados con el hogar para varios millones de Rosie-the-Riveters (3) que trabajaban en las fábricas de aviones y municiones. Se crearon centros federales de asistencia para el cuidado de los hijos de las mujeres trabajadoras pero, según dejó claro el gobierno, el cuidado de los niños era una responsabilidad pública exclusivamente en relación con las necesidades de la guerra. (4)
A partir de 1945 millones de hombres y mujeres fueron despedidos de las fuerzas armadas, pero sobre todo a muchas de las 20 millones de mujeres que habían sido empleadas durante la guerra las destituyeron o las bajaron de categoría para garantizar los puestos de trabajo de los miembros de las fuerzas armadas de Estados Unidos. (5) Incluso, aunque la proporción de mujeres trabajadoras hubiera descendido, “este porcentaje seguía siendo superior al 25,5 por 100 de la etapa prebélica” lo que pone de manifiesto que las mujeres que habían trabajado no podían olvidar tan fácilmente “la emancipación temporal de que disfrutaron.” (6) Las mujeres gozaron de un breve periodo de independencia e incremento en su sociabilidad que sus abuelas en el siglo XIX no podían siquiera imaginar. La “independencia constituye la base para una cierta autonomía en el juego, aun cuando el trabajo siga siendo, como ocurre en casi todas las mujeres empleadas, rutinario.” (7)
Situación de las mujeres norteamericanas después de la guerra
A estas mujeres que habían trabajado en las industrias de la guerra se les dijo que su deber patriótico era llevar su fuerza de trabajo al hogar para ser amas de casa, madres y especialmente consumidoras, para que la economía se pusiera en marcha nuevamente. (8) Para incentivarlas se les prometió que no volverían al trabajo pesado de las tareas domésticas en las casas pobremente diseñadas y equipadas de la preguerra, pues ahora se les ofrecía viviendas construidas con los adelantos tecnológicos y materiales que anteriormente se habían utilizado para la guerra, pero que gracias a la investigación financiada por el gobierno se ponían al servicio doméstico. Como dice Gwendolyn Wright:
“Los estímulos para la investigación en nuevas tecnologías para la construcción tuvieron un gran respaldo. La prefabricación parecía un camino prometedor para la construcción de bajo coste y mayor número de unidades. Con el financiamiento del gobierno los materiales que habían sido usados durante la guerra resultaron exitosos: paneles aislantes de madera contrachapada para las paredes, techos de madera laminada, entramados de acero soldado para techos, paneles de pared con marcos de acero con revestimientos de madera, tablas de yeso “predecoradas” para los techos, todo producido en fábricas. Las compañías que habían desarrollado los nuevos materiales demandaron del gobierno un apoyo continuo.” (9)
Esta preocupación por la eficiencia y la tecnología hacía parecer el trabajo doméstico como si fuera más científico y profesional, e incluso a las amas de casa se les llamaba, recogiendo la tradición del siglo XIX, “ingenieras domésticas” o “economistas del hogar,” haciéndolas creer que la moderna tecnología funcionaba bajo su mando. Buscando el “regreso a la normalidad” renacieron antiguos valores como el culto a la domesticidad, la separación de las esferas y el mito agrario. Los hombres volvieron a establecer su primacía como jefes de familia, “un papel que había salido de su control durante las pasadas décadas” (10) y de este modo, el lugar que generalmente ocupó la mujer de la postguerra fue casi exclusivamente el hogar. Como señalaba Elaine Tyler May en 1954, “bajo la presión cultural y con escasas opciones para trabajar fuera del hogar, la mujer, contenida y limitada, se puso su arnés doméstico.” (11) Durante este periodo, por tanto, la mayoría de las mujeres renunciaron a sus trabajos a favor de los cerca de siete millones de veteranos de guerra que regresaban a la vida civil.
Durante la siguiente década posterior al final de la Segunda Guerra Mundial, lo que se esperaba de las mujeres de clase media era que se dedicaran a la crianza de los hijos y a la gestión del hogar, mientras sus maridos trabajaban fuera. De esta manera, las mujeres se convirtieron en el centro de la vida hogareña, en esposas modernas, es decir, esposas consumidoras.
El medio para conseguir que las mujeres volvieran al hogar fue la literatura y propaganda contemporáneas, que intentaban dejar claro que una de las principales preocupaciones de los promotores, constructores, fabricantes de productos para el hogar, arquitectos y diseñadores de viviendas, era hacer que la casa fuera un lugar en donde la mujer pudiera realizar sus labores domésticas de un modo más fácil, cómodo y eficaz. Por ejemplo, en uno de los muchos libros sobre el diseño de casas publicados inmediatamente después de la guerra –Building or Buying a Home– se hace referencia a las múltiples actividades que se suponía que tenía que realizar el ama de casa durante el día:
“El ama de casa en la familia media pasa la mayor parte de un día normal dedicada a las tareas del hogar. Estas incluyen cocinar y servir comidas, lavar los platos, hacer las camas, lavar la ropa, hacer conservas, bañar y cuidar a los niños y contestar el teléfono o el timbre de la puerta, por mencionar solo unos pocos. A causa de la complejidad del trabajo de ama de casa, los primeros requisitos de un hogar bien planificado son disponer de áreas de trabajo alegres y ordenadas, para conseguir en la medida de lo posible librarse del trabajo pesado.” (12)
Acompañando este texto se mostraba una ilustración de una figura femenina (a la que llama Mrs. Average Housewife) encerrada en un círculo, en el centro de una serie de dibujos donde la señora se representa realizando todas aquellas actividades enlistadas en el texto. En la página siguiente, otro diagrama (bajo el título “una localización central de la cocina ahorra pasos al ama de casa”) mostraba las soluciones arquitectónicas propuestas para hacer más eficiente este trabajo doméstico: en una perspectiva isométrica se dibuja una parte de la casa, con una figura femenina en la cocina “mirando” a través de la ventana (controlando las actividades de los niños en un patio trasero) y una serie de líneas que parten de la figura marcando los recorridos directos y cortos hacia los espacios domésticos que contienen las actividades antes descritas. A la vista de este último diagrama, parecería que la planta abierta y una buena organización espacial podría ser una solución para este ahorro de circulaciones.
Junto a las modificaciones en la organización espacial y la planta abierta, estaban también las promesas liberadoras del trabajo doméstico por parte de los fabricantes y los comerciantes, quienes, a través de los medios de comunicación, decían que con sus nuevos electrodomésticos la vida sería más sencilla. De esta manera, las campañas publicitarias se dirigieron especialmente a las amas de casa puesto que ellas eran, desde décadas anteriores, las encargadas del presupuesto familiar.
Selling Mrs. Consumer
“Lo más importante es entender que es en las manos de la mujer norteamericana, Mrs. Consumer, en donde se concentra el gran poder adquisitivo. No estoy presumiendo de la vanidad de Mrs. Consumer, ya que en gran parte ella no es consciente de su abstracto papel como consumidora.” (13)
Las mujeres de la posguerra, que se fueron a vivir a los suburbios alejados de las ciudades, estaban desarraigadas, lejos del resto de la familia, y viviendo en un entorno extraño. De esta manera, el ama de casa suburbana “fue presa fácil de las agencias de comunicación” (14) que les informaban sobre cómo debía ser la vida de la clase media, a la cual pertenecían, y con qué productos podían satisfacer esas vidas. David Riesman, en un libro de esa época, hace referencia a la presión que el consumo produce en las personas y en particular sobre las mujeres: la presión por parte de la sociedad hacia las mujeres es evidente, puesto que “las mujeres son los líderes aceptados del consumo en nuestra sociedad.” (15)
Obviamente, los productos más consumidos eran los artículos para el hogar, y en especial los nuevos electrodomésticos: estufas, refrigeradores, lavadoras, secadoras, tostadoras, cafeteras, batidoras, etc. El incremento en el número y tamaño de estos electrodomésticos implicaba cada vez más espacio para instalarlos y para guardarlos. Al mismo tiempo, los fabricantes sacaban cada vez más modelos novedosos, en colores y aplicaciones variadas, haciendo sentir a la mujer que necesitaba obtener ese último modelo. Esta profusión de electrodomésticos, junto con un cambio social en el modo de vida norteamericano, modificaron el concepto de la cocina en las viviendas de clase media, que si en los años treinta había sido confinada a un pequeño espacio cerrado, adaptado a medidas mínimas, ahora en la posguerra sus dimensiones se iban incrementando e incluso se abrió al resto del área del living, convirtiéndose en un espacio para ser visto que, al mismo tiempo, no aislaba al ama de casa lejos del resto de las actividades y ocupantes de la vivienda. (16)
Para la feminista Betty Friedan, el papel de las mujeres, además de desempeñarse como amas de casa, era el de comprar más cosas para la vivienda. “En todo el discurso de la feminidad y del rol femenino, nos olvidamos que el asunto que de verdad interesa en América es el negocio.” (17) En un material de investigación del Institute for Motivational Research (Instituto para la Investigación Motivacional) recogido por Friedan, ésta descubrió lo útil que resultaba por medio de la persuasión publicitaria “mantener a las mujeres estadounidenses en su rol de amas de casa”, hasta el punto que “si se les manipulaba adecuadamente, a las amas de casa estadounidenses se les puede dar un sentido de la identidad, de propósito, de creatividad, una autorrealización, incluso la alegría sexual de la que carecen, a través de la compra de cosas.” (18)
La mística femenina en la casa ideal
Debemos a la citada Betty Friedan una de las críticas más agudas acerca del modo cómo se manipuló lo que ella llama “la mística de la feminidad”, que dio título a un libro fundamental para el feminismo de la época (The Feminine Mystique, 1963) donde analiza diversos aspectos de la condición de la mujer y el ama de casa durante los quince años posteriores a la postguerra. El libro se inicia con la detección de un “malestar que no tiene nombre” que aquejaba a muchas mujeres estadounidenses de los años cincuenta y principio de los sesenta, y dedica el resto del libro a intentar definirlo. Esta mujer,
“ama de casa de los barrios residenciales: imagen soñada de la mujer joven estadounidense y envidia, según se decía, de todas las mujeres del mundo (…) liberada por la ciencia y los electrodomésticos que hacían el trabajo por ella (…) y solo tenía que preocuparse por su marido, su casa y su hogar. Había encontrado la auténtica realización femenina (…) Gozaba de libertad para elegir el automóvil, la ropa, los electrodomésticos y los supermercados; tenía todo aquello con lo que cualquier mujer siempre soñó.” (19)
¿Cuál era entonces ese malestar, que según Friedan, salió a la luz a principios de los sesenta, poniendo en crisis la imagen idealizada del ama de casa feliz y con todo lo que podía desear? Friedan recoge en su libro una encuesta realizada en 1945 a 4.500 amas de casa –de clase media, con estudios de instituto o de college– centrada en la psicología del cuidado del hogar y la actitud de la mujer frente a los electrodomésticos (que se relacionaba con su actitud hacia las tareas domésticas en general). En ésta se clasificó a las mujeres estadounidenses en tres categorías: la “Auténtica Ama de Casa,” la “Mujer de Carrera o Aspirante a mujer de Carrera” y la “Creadora de Hogar Equilibrada.” Esta tercera categoría es lo que el mercado denominaba “la mujer ideal;” estas mujeres tenían intereses fuera de casa, habían trabajado antes de casarse y aceptaban que los aparatos electrodomésticos podrían facilitarles la vida a la hora de “gestionar una casa bien llevada.” De esta manera, los fabricantes de electrodomésticos, a través de la publicidad, tratarían de que cada vez más mujeres quisieran pertenecer a esta última categoría: “El arte de ser buena ama de casa –decía el informe– debería ser el objetivo de cualquier mujer normal.” (20) La pertenencia a esta categoría significaría aspirar a ser un ama de casa moderna, en una casa moderna.
Sin embargo, el “malestar que no tiene nombre” –y que muchas mujeres no se atrevían a verbalizar (porque pensaban que las demás mujeres sí estaban satisfechas con su vida)– llevaba a la pregunta de “¿qué tipo de mujer era ella si no era capaz de sentir aquella misteriosa plenitud encerando el suelo de su cocina?” (21) Se sentían culpables de tenerlo todo y no sentirse satisfechas, buscando en los objetos materiales una realización que éstos no podían dar, y así –dice Friedan– “son presa fácil para cualquier producto que supuestamente les prometa alcanzar ese estatus –un estatus que no se puede alcanzar a través del esfuerzo ni del logro personal.” (22)
Esta realidad nos lleva a preguntarnos si toda esta tecnología permitía que, a través de los electrodomésticos, la vida de las mujeres fuera más fácil y placentera o si, realmente, lo que hacía era incrementar el número de horas del trabajo doméstico, puesto que, ya que se tenían todos estos avances, había que utilizarlos. En el fondo, los electrodomésticos pretendían suplir a los sirvientes. Sin embargo, la utilización de los mismos implicaba aprender a utilizarlos, mantenerlos, limpiarlos, y todo ello estando la mujer sola a cargo de las tareas domésticas.
Publicaciones y televisión para mujeres
El consumo se centró en objetos y equipamientos para el hogar sobre todo gracias a las llamadas shelter magazines. (23) Este consumo alcanzó su punto álgido en la década de 1950 y tuvo una gran influencia en la formación del gusto de los consumidores por el diseño interior, puesto que ahora ya tienen información para poder elegir. En el manual de decoración The Complete Book of Interior Decorating (1956), citado por Anne Massey, los periodistas del hogar Mary Derieux e Isabelle Stevenson aconsejaban a la lectora: “Empieza un cuaderno de notas dotado de índice donde irás coleccionando artículos de revistas, anuncios de nuevos tipos de accesorios y mobiliario, fotos de habitaciones y esquemas de color que te atraigan.” Se le aconsejaba además no tener miedo a “expresar tu propio gusto al hacer tus elecciones. Es tu casa.” (24)
La imagen de la mujer que las revistas creaban en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial fue poco a poco transformándose desde la mujer trabajadora de los años treinta a la feliz ama de casa de finales de los cincuenta. Este análisis lo realizó Betty Friedan con la lectura atenta de algunos de los artículos de aquellas revistas, cuyos títulos eran tales como “La feminidad empieza en casa”, “Tal vez sea un mundo de hombres”, “Ten criaturas mientras eres joven”, “Cómo cazar a un hombre”, “¿Debo dejar de trabajar cuando me case?”, “¿Estas preparando a tu hija para que sea buena esposa?”, “Carreras en el hogar”, “¿Tienen que hablar tanto las mujeres?”, “La política, un mundo verdaderamente de hombres”, “Nuestro bebé nació en casa”, “Para mí la cocina es poesía” o “La empresa de administrar un hogar.” (25) Simplemente con los títulos se sobreentiende la tendencia de tales artículos, lo que pretendían y a quién iban dirigidos.
Como sigue diciendo Friedan: “A finales de 1949, solo una de cada tres heroínas de las revistas femeninas era una mujer de carrera –y se solía presentar en el momento en que renunciaba a su carrera y descubría que lo que de verdad anhelaba era ser ama de casa.” Después de revisar los números de 1958 y 1959 de tres de las principales revistas femeninas (McCall’s, Good Housekeeping, Ladies’ Home Journal) no encontró una sola protagonista que se dedicara a otra cosa que no fuera: “Ocupación: sus labores.”
La casa moderna, con su planta abierta pretendía fomentar la tan aclamada “unidad” (a la que se referían en la época líderes políticos y religiosos como unidad familiar, social, religiosa, política), en donde no había cabida para un espacio propio e independiente para la mujer. Se podría hacer un paralelismo con la personalidad de la mujer suburbana de la década de 1950 que, de acuerdo con Friedan, carecía de “un yo independiente que ocultar”, puesto que ella existía sólo y a través de su marido y de sus hijos.
Además de las revistas femeninas, la televisión también tuvo una gran influencia en la vida de las familias en general y particularmente en las mujeres suburbanas. La televisión con sus promesas de llevar el exterior –muchas veces lejano y exótico– al espacio interior privado y poder “viajar” (aunque solo fuera una ilusión) sin salir de la casa, para muchas mujeres se convirtió en un motivo más por el cual estar confinada en su hogar. Aunque a menudo la televisión se promovía como el gran instrumento de la unión familiar, muchas veces lo que en realidad provocaba era el aislamiento y el confinamiento de la mujer dentro de su propia casa. Los anunciantes no perdían la oportunidad de “resolver” este problema con nuevos productos. Un anuncio de Hotpoint de un lavavajillas eléctrico decía: ¡“Por favor… deje que su esposa entre al living room! En el anuncio se ven dos imágenes, una de una mujer lavando una torre de platos, mientras en la otra están el marido y los hijos disfrutando de un programa de televisión; obviamente, para los comerciantes la solución a todos los problemas familiares era consumir. Aún en las imágenes de las revistas en donde los espacios estaban abiertos, las actitudes en las que se representaba a la mujer eran la de servir o simplemente estar confinada en un extremo de la imagen.
La preocupación de las mujeres por la imagen de su casa incluyó la incorporación de un “mueble tecnológico” que nunca había estado antes en los hogares norteamericanos. Según Lynn Spigel, en su estudio sobre la televisión, la publicidad y el espacio doméstico la define de esta manera, “la televisión no era más que un punto focal de la habitación; más bien era una fealdad tecnológica, algo que amenazaba con desestabilizar la unidad de la decoración interior.” (26) Por ello, revistas de decoración dirigidas a mujeres daban consejos de cómo poder “camuflarla”, así como algunos fabricantes le daban el estatus de mobiliario colocándola en un mueble y añadiéndole puertas en madera de gran calidad. De acuerdo con Spigel, es interesante ver estos intentos de hacer invisible al televisor a pesar de que éste representaba, según “la memoria crítica y popular,” un bien de consumo que daba un estatus de clase para los norteamericanos de clase media de la posguerra. A la vista de esto parecería que “el placer visual estaba en desacuerdo con la exposición de la riqueza del hogar.” (27)
Conclusiones
Las parejas jóvenes que se mudaron a los suburbios esperaban encontrar la casa soñada y tener una vida de ensueño. Los anunciantes y fabricantes, a través de los medios de comunicación, trataban de mostrar los modelos de vivienda y productos que podrían hacer realidad aquel sueño. Los artículos de las revistas femeninas pretendían ayudar a las mujeres a adaptarse a su nueva situación suburbana, tratando de convertirla en una vida perfecta. Sin embargo, una casa de ensueño es solo eso: una irrealidad, y las vidas perfectas no existen. Fue un momento histórico en que la gran clase media estadounidense logró un alto nivel de vida, comparado con décadas anteriores sobre todo durante los años de la gran depresión. Aparentemente, las mujeres en esta época tenían todo lo que podrían desear, y sin embargo, tan pronto como a principios de los años sesenta, comenzaron a vislumbrarse los síntomas del “malestar que no tiene nombre.” Un malestar que no tiene tanto que ver con la propia configuración de la vivienda (puesto que, como hemos visto, hay una serie de mecanismos y logros espaciales que trataban de hacer la vida de las mujeres en sus casas más fácil), puesto que estas viviendas modernas no podían, por más que lo intentaran, satisfacer unas necesidades de las mujeres como sujetos pensantes, activos, con sentimientos, con aspiraciones, en donde la arquitectura ayuda pero no es determinante a la hora de resolverlas.
Una buena y gráfica conclusión de lo que sucedió en los suburbios reales y no soñados la da el título del conocido y difundido libro del sociólogo John Keats, The Crack in the Picture Window, (28) en donde, en forma de relato, cuenta la vida suburbana "sin maquillaje," donde uno de los elementos arquitectónicos fundamentales de la nueva vivienda, el gran ventanal que permitía relacionar el interior y el exterior, fue incapaz de resolver la gran separación existente entre la vida doméstica y el mundo exterior de la ciudad, las relaciones y el trabajo.
Notas
1 Amann Alcocer, Antxu, El espacio doméstico: la mujer y la casa, Buenos Aires: Nobuko, 2011.
2 Ver Adams, Willi Paul, “De la guerra mundial a la sociedad de la abundancia, 1941-1961” en Los Estados Unidos de América (1977), Madrid / México: Siglo XXI, 1987, p. 337.
3 La imagen es la de Rosa Bonavita que clavó un récord de 3,345 remaches en un bombardero en 1943. Se convirtió en icono cultural de los Estados Unidos representando a las mujeres que trabajaban en las industrias manufactureras que producían municiones y material para la guerra. Esta imagen es considerada un icono de las feministas en USA.
4 Ver Wright, Gwendolyn, Building the Dream. A social History of Housing in America, Cambridge (Mass) / Londres: The MIT Press, 1983.
5 Las cifras de estos despidos están recogidas en Idem, p. 242.
6 Adams, Willi Paul, “De la guerra mundial a la sociedad de la abundancia, 1941-1961” en Los Estados Unidos de América cit, p. 337.
7 Riesman, David, y otros, La muchedumbre solitaria, Barcelona: Paidos, 1981, p. 334.
8 Ver Baxandall, Rosalyn; Ewen, Elizabeth, Picture Windows. How the Suburbs Happened, Nueva York: Basic Books, 2000.
9 Wright, Gwendolyn, Building the Dream. A social History of Housing in America cit, p. 244.
0 Havenhand, Lucinda Kaukas, “Looking through the Lens of Gender: A Postmodern Critique of a Modern Housing Paradigm”, Journal of Interior Design, vol. 28, nº 2, septiembre, 2002, p. 8.
11 Cit. en Meyerowitz, Joanne, Not June Cleaver: Women and Gender in Postwar America 1945-1960, Philadelphia: Temple University Press, 1994, p. 3.
12 Johnstone, Kenneth B. y otros, Building or Buying a Home. A Guide to Wise Investment, Nueva York / Londres: McGraw Hill, 1945, p. 42.
3 Frederick McGaffey, Christine, Selling Mrs. Consumer, Nueva York: The Bussines Bourse,1929, p. 3.
4 Baxandall, Rosalyn; Ewen, Elizabeth, Picture Windows. How the Suburbs Happened cit: “Los representantes de la industria del consumo, las nuevas formas de los medios de comunicación de masas y un grupo de profesionales expertos que escribían en la prensa popular (...) hicieron todo lo que pudieron por educar a las familias acerca de la importancia de la correcta domesticidad femenina. Todos ellos tenían un interés en el ama de casa que era quien mantendría la prosperidad de la economía.” p. 150.
5 Riesman, David y otros, La muchedumbre solitaria cit.
6 Ver Massey, Anne, El diseño de interiores en el siglo XX, Barcelona: Destino, 1995, pp. 165-166.
7 Friedan, Betty, La mística de la feminidad, Madrid: Cátedra, 2009, p. 62. Ver también Leslie, Deborah; Reimer, Suzanne, “Gender, modern design, and home consumption”, Society and Space, vol. 21, 2003, pp. 293-316.
8 “La subversión de las vidas de las mujeres en Estados Unidos en provecho de los negocios no es más sorprendente que la subversión de las ciencias del comportamiento humano en provecho del negocio de engañar a las mujeres acerca de sus verdaderas necesidades.” Friedan, Betty, La mística de la feminidad cit, pp. 263-264.
19 Idem, p. 54.
20 Idem, pp. 264-266.
21 Idem, p. 55.
22 Idem, p. 329.
23 Las shelter magazines son revistas con una línea editorial enfocada en el diseño interior, la arquitectura, el amueblamiento del hogar, estilos de vida y, a veces, la jardinería. Algunas de estas revistas eran Better Homes and Gardens, Ladies’ Home Journal, McCall’s, House Beautiful, Good Housekeeping o Woman’s Home Companion.
24 Massey, Anne, El diseño de interiores en el siglo XX cit, p. 163.
25 Friedan, Betty, La mística de la feminidad cit, pp. 81-82.
26 Spigel, Lynn, “Installing the Television Set: Popular Discourses on Television and Domestic Space, 1948-1955”, en Spigel, Lynn; Mann, Denise, Private Screenings: Television and The Female Consumer, Minneapolis (MN): University of Minnesota Press, 1992, p. 332.
27 Ibidem.
28 Keats, John, The Crack in the Picture Window, Boston: Houghton, 1956.